Destino manifiesto
Destino Manifiesto
Por Sam W. Haynes
Universidad de Texas en Arlington
La época de 1840 fue de extraordinario crecimiento territorial para los Estados Unidos. Durante un período de cuatro años, el territorio nacional se incrementó con 1.2 millones de millas cuadradas, lo cual significó una ganancia de más del sesenta por ciento. Tan rápido y dramático fue el proceso de expansión territorial que llegó a ser visto como un proceso inexorable, impulsando a muchos americanos a insistir en que su nación tenía un “destino manifiesto” para dominar al continente.
Sí, la agenda expansionista nunca fue un movimiento claramente definido, o uno que contara con el amplio apoyo de los dos partidos políticos. Líderes del partido político Whig, se oponían enérgicamente al crecimiento territorial y aun demócratas expansionistas argumentaban sobre cuánto territorio nuevo debía adquirirse y los medios para lograrlo. Algunos partidarios del Destino Manifiesto estaban a favor de una rápida expansión y de una audaz persecución por demandas territoriales, a pesar del riesgo de desencadenar una guerra con otras naciones. Otros, no menos comprometidos a lograr, la meta de un imperio americano, a largo plazo, se opusieron al uso de la fuerza para lograr estos fines, pensando que el territorio contiguo se uniría voluntariamente a la Unión para obtener los beneficios de un mandato republicano. En una metáfora usada con frecuencia, estas regiones madurarían como fruta y caerían en el regazo de los Estados Unidos. Así que los campeones de Destino Manifiesto formaban una colección heterogénea de grupos interesados, motivados por un número de objetivos divergentes y expresaban en forma amplia y singular, las inquietudes de los estadounidenses.
Muchos factores contribuyen a explicar porqué los Estados Unidos se embarcaron en un agresivo programa de expansión durante este período. A principios de las décadas del siglo XIX, muchos estadounidenses habían descartado como extravagante la idea de una república transcontinental, convencidos de que los lazos de Unión se debilitarían con el crecimiento de la nación. Pero dichas vastas distancias estaban siendo conquistadas rápidamente con las innovaciones tecnológicas. Para la época de 1840 los barcos de vapor habían convertido los canales fluviales de Estados Unidos en vías públicas comerciales de mucho movimiento, mientras que una red de ferrocarriles se incorporó a los mercados orientales con pueblos y ciudades en los montes apalaches. El telégrafo, que por primera vez fue usado en 1844, marcó el comienzo de la moderna era de las comunicaciones de larga distancia. El dominio estadounidense, extendiéndose del Atlántico al Pacífico, parecía ahora estar al alcance de la mano.
Aun cuando los Estados Unidos no carecía de tierras desocupadas, los expansionistas argumentaban que la república debía continuar creciendo para poder sobrevivir. Haciendo eco a la política filosófica de Thomas Jefferson, ellos veían la abundancia de tierra como el pilar de la economía de una república próspera y previnieron, en contra de la concentración política y económica del poder. Preocupados tanto por la creciente inflación urbana como por la creciente ola de inmigrantes de Alemania e Irlanda, los expansionistas veían al Destino Manifiesto como un medio para obtener un contrato nuevo, y a largo plazo, basado en el ideal Jeffersionista. Lejos de que la república se debilitara, ellos argumentaban que el crecimiento territorial serviría en realidad para fortalecerla, proporcionando ilimitadas oportunidades económicas para futuras generaciones.
A los expansionistas también los motivaba la idea de consideraciones prácticas y más inmediatas. Los sureños, ansiosos de agrandar el imperio de los esclavos estaban incluidos entre los más ardientes campeones de la cruzada para adquirir más territorio. Con nuevos estados, poblados por esclavos, aumentaría el poder político del sur en Washington e igualmente serviría como escape para la creciente población de esclavos. Para los intereses comerciales de los americanos, la expansión ofrecía grandes y lucrativos accesos a los mercados extranjeros. Los encargados de formular la política de un partido en Washington, ansiosos de competir con la Gran Bretaña por el comercio de Asia, habían estado ya desde hacía tiempo, convencidos de las ventajas estratégicas y comerciales que ofrecía San Francisco y otros puertos en la costa del Pacífico, como California considerada propiedad Mexicana. El Pánico desastroso de 1837, que fue el resultado de un excedente enorme en la crisis de precios de los productos agrícolas, hizo que la atención se enfocara en la necesidad de promover nuevos mercados extranjeros.
Lo más importante de todo, quizás, fue el creciente sentido de ansiedad que los estadounidenses sentían hacia la Gran Bretaña. Los estadounidenses siempre habían desconfiado de las actividades de la Gran Bretaña en el hemisferio occidental, pero inevitablemente este miedo había aumentado cuando los Estados Unidos empezaron a definir intereses estratégicos y económicos en términos que se extendían más allá de sus propias fronteras. La demanda de la Gran Bretaña por la parte noroeste del Pacífico y su estrecha relación con México, fueron aspectos de gran preocupación para los intereses estadounidenses, porque mostraban a la Gran Bretaña como el único rival de los Estados Unidos que podía controlar la costa del Pacífico. Temerosos de ser “aprisionados” por la Gran Bretaña, los líderes demócratas veían al gobierno de Su Majestad preparado, en todo momento, para bloquear las ambiciones territoriales de los estadounidenses. Además, los dueños sureños de los esclavos se sentían particularmente aprensivos en contra de la Gran Bretaña, quien había abolido la esclavitud en las posesiones coloniales de las Indias Occidentales en 1833. En 1843, los estadistas sureños argumentaron, sobre bases de poca evidencia, que la Gran Bretaña estaba activamente comprometida en un complot para llevar a cabo la abolición de la esclavitud en toda Norteamérica. Estos rumores provocaron un frenesí de protesta en el sur, que requirió la inmediata anexión de la República de Texas para asegurar los intereses de los dueños de plantaciones en las regiones del cultivo de algodón en Norteamérica.
El temor de los británicos con relación a planes reales e imaginarios, cambiaron el aspecto de Destino Manifiesto, convirtiendo a muchos de los defensores de una expansión gradual, en apóstoles de un nuevo tipo de imperialismo más militar. Para mediados de la época de 1840, con los rumores de la Gran Bretaña de estar conspirando con México para bloquear los esfuerzos de Washington para anexar la República de Texas y conspirando también para apoderarse de California, el expansionismo de los Estados Unidos tomó un gran sentido de urgencia. El demócrata James K. Polk, electo en 1844 por su programa político en pro de la expansión, se movilizó rápidamente para incorporar a Texas como el vigésimo octavo estado de los Estados Unidos. Polk también amenazó con ignorar las antiguas demandas de los británicos con respecto a Oregón, convencido de que el único medio para negociar con “John Bull era el de mirarlo directamente a los ojos”. La política desafiante de Polk, lo llevaría finalmente a lograr un acuerdo mutuo con el gobierno de Su Majestad sobre el territorio de Oregón mientras precipitaba una guerra con México, cuyo gobierno, creía Polk equivocadamente, estaba actuando en coordinación con la Gran Bretaña para hacer desbaratar las ambiciones territoriales de los Estados Unidos. Aun cuando Polk insistía en que Estados Unidos no estaba emprendiendo una guerra de conquista, los críticos acusaron al presidente de estarla planeando para apoderarse de California y Nuevo México. En los meses subsiguientes a la guerra, Polk también consideró extender la soberanía de los Estados Unidos hasta la Península de Yucatán y Cuba, dos regiones que él creía vulnerables a ser invadidas por los británicos. Sin embargo, estas iniciativas recibieron muy poco apoyo de parte del Congreso, y fueron abandonadas poco antes de que Polk finalizara su mandato.
En la época de 1850, habiéndose colocado como un imperio transcontinental, Estados Unidos cesó de observar con alarma las actividades británicas en el hemisferio occidental. Preocupados con el creciente, encarnizado y dividido conflicto sobre la esclavitud, muchos estadounidenses rechazaron el Destino Manifiesto. A pesar de que extremistas sureños patrocinaron expediciones obstruccionistas en Latinoamérica con el objeto de apoderarse de nuevo territorio para extender el imperio esclavista; el movimiento expansionista desapareció de la agenda nacional en los años previos al estallido de la Guerra Civil.