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Rutas Comercialies

Por Linda Salvucci

La historia del comercio de los primeros tiempos de México como nación y Estados Unidos permanece en casi absoluto silencio debido a la falta de buenos datos consecutivos. Las cifras de exportación e importación de México no son ni coherentes ni exhaustivas; del lado estadounidense, las exportaciones terrestres de Estados Unidos a México no se registraron hasta 1893. Las estadísticas de comercio marítimo, recabadas por el Tesoro de Estados Unidos desde 1824 en adelante, revelan que México intercambiaba plata —principalmente en monedas y algo en lingotes— por telas confeccionadas, por harina de trigo proveniente de New Orleans y por algodón crudo para la industria textil mexicana, cuyas tarifas aprobadas por México en 1829, 1837 y 1842-1843 se intentaban proteger. Aún antes de 1838, el algodón refinado representaba entre el 30 y el 40 por ciento de las exportaciones internas de Estados Unidos a México. Más aún, antes de 1841, las reexportaciones constituían al menos la mitad de todas las exportaciones de Estados Unidos a México por valor cada año. Dicha evidencia cuantitativa sugiere lo que otra información cualitativa confirma: antes de la Revolución de Texas (1835-1836), la composición de las exportaciones estadounidenses y las reexportaciones a México reflejaba principalmente factores económicos y restricciones comerciales. Después de eso, los cálculos políticos y diplomáticos entraron en juego porque Estados Unidos y Gran Bretaña competían más directamente por la influencia en México.

Sus respectivas modalidades de comercio, que antes habían sido análogas ya que bajaban y subían paralelamente, comenzaron a moverse en direcciones opuestas y a mostrar altibajos contrarios.

Los productos ingleses llegaban a México a través de Texas; esta es una de las razones por las que Texas dominó la economía política del comercio entre 1825 y 1848. Al principio, se suponía que los texanos compraban y vendían a los oficiales de intendencia del ejército mexicano a precios establecidos. Sin embargo, para alentar los asentamientos en la frontera norte, México concedió a los colonos de Texas una exención impositiva de siete años en 1823. Los intentos por recaudar impuestos a comienzos de la década de 1830 exacerbaron las tensiones políticas, lo que llevó a un historiador económico a referirse a la guerra entre Estados Unidos y México como un conflicto "incontenible". Texas no tuvo aduana costera hasta 1830, pero queda claro que el algodón de Texas se enviaba por barco a New Orleans en buques estadounidenses. Las compañías mercantiles británicas también representaron una competencia importante para los comerciantes estadounidenses en California.

En muchos sentidos, el comercio más legendario entre Estados Unidos y México involucró a comerciantes independientes del Sendero de Santa Fe. El comercio entre Nuevo México y Chihuahua permaneció activo hasta 1846 porque incalculables cantidades de plata y mulas transitaban desde las provincias del norte hasta Missouri. Los estudiosos mexicanos y estadounidenses difieren en cuanto al grado de influencia comercial y cultural que ejercían los comerciantes estadounidenses sobre los habitantes de Nuevo México. Pero la reorientación de la región de México hacia Estados Unidos fue evidente y llevó a una autoridad actual en lo que respecta al sudoeste, David Weber, a concluir: "Esa época mexicana vio cómo los pobladores se desconectaban del mercantilismo español sólo para adoptar el capitalismo estadounidense".

Para Estados Unidos, el flujo comercial general desde y hacia México era pequeño, pero sus efectos podían ser significativos. Los mercados regionales, en particular Texas, probablemente se veían más afectados por el comercio terrestre en ganado, caballos y mulas. Antes del Pánico de 1837 en Estados Unidos, considerables flujos de plata mexicana ayudaban a subir los precios estadounidenses. Los mexicanos ricos además compraban bonos de los estados individuales de Estados Unidos y perdieron dinero cuando esos estados suspendieron los pagos durante la época de pánico.

Después de la guerra entre Estados Unidos y México, el comercio de México con Estados Unidos creció más rápidamente que su comercio con Europa, de modo que durante el resto del siglo Estados Unidos tuvo una participación creciente en el comercio exterior de México. La voluntad de una naciente generación de mexicanos liberales que querían alejarse del proteccionismo y veían con buenos ojos un comercio más libre también influyó en este cambio. Estos mexicanos, siempre recelosos del poder comercial y militar de Estados Unidos, creían que abrir los mercados a Estados Unidos evitaría mayores pérdidas de territorio. El rápido crecimiento de la economía estadounidense después de la década de 1840 aumentó el mercado estadounidense para productos mexicanos y convirtió a Estados Unidos en un proveedor aún más grande de productos terminados para México. Pero no fue sino hasta la década de 1880 que se aceleró realmente la integración de las dos economías. La terminación de las conexiones ferroviarias entre los dos países fue fundamental para eso, como lo fue la política ahora abiertamente favorable a las inversiones extranjeras del régimen del dictador mexicano Porfirio Díaz.

Se suele decir que tras la bandera va la mercancía y que la diplomacia abre el camino para relaciones comerciales más intensas. Antes de la guerra con Estados Unidos, los mexicanos en general creían que el principio era a la inversa, y que a los comerciantes yanquis generalmente los seguían los ejércitos estadounidenses. No fue sino hasta fines del siglo XIX que se pudo sostener el patrón más usual, ya que sólo entonces el estado mexicano realmente fortalecido estuvo en posición de controlar el acceso a su territorio y, por lo tanto, a sus mercados.