Destino manifiesto
Destino manifiesto
Por Robert E. May
Destino manifiesto es un término que se le atribuye al periodista neoyorquino John L. O'Sullivan y que se convirtió en un eslogan de los expansionistas estadounidenses en el período inmediatamente anterior, simultáneo y posterior a la guerra entre Estados Unidos y México. O'Sullivan, cofundador y editor tanto del Democratic Review como del New York Morning News, usó por primera vez la frase “destino manifiesto” para referirse al problema de la anexión de Texas en la edición de julio-agosto del Review, y luego al conflicto con Gran Bretaña por la posesión de Oregon en el Morning News del 27 de diciembre de 1845. Si bien ninguna de las columnas estaba firmada, O'Sullivan sí escribió sobre el destino manifiesto en una carta firmada del 5 de enero de 1846 sobre Oregon en el Morning News, y los historiadores en general le dan crédito por acuñar la frase. Sin embargo, los estudiosos advierten que la mayoría de los conceptos ligados con la frase ‘destino manifiesto’ habían sido adoptados por O'Sullivan en un lenguaje algo diferente antes de sus escritos de 1845 y 1846; que sus argumentos se inspiraban en la ideología de anteriores expansionistas como John Quincy Adams; y que muchas de sus ideas se pueden rastrear incluso más atrás, hasta, por ejemplo, el sentido de destino de los puritanos que se establecieron en la New England colonial y los pensamientos sobre la noción de que el imperio debía extenderse hacia el oeste, que se encuentra en escritos de principios del siglo xviii del filósofo británico George Berkeley.
El destino manifiesto, como O'Sullivan lo explicó, describía la misión providencial de Estados Unidos de extender su sistema de democracia, federalismo y libertad personal, así como de albergar a su población en rápido crecimiento, en última instancia, mediante la toma de posesión de todo el continente norteamericano. O'Sullivan argumentaba que este "auténtico título" de Estados Unidos invalidaba cualquier otra reivindicación con respecto al continente que los estados europeos pudieran pretender sobre la base del descubrimiento anterior o la colonización previa. Además, enfatizaba que el camino hacia la hegemonía continental sería pacífico y que se lograría principalmente a través del trabajo de la "emigración anglosajona". A diferencia de las naciones imperiales europeas que conquistaron sus imperios, Estados Unidos esperaría a que los pueblos que vivieran en otros lugares comprendieran las ventajas de la anexión y buscaran voluntariamente la incorporación a la Unión.
Después del comienzo de la guerra entre Estados Unidos y México, los expansionistas estadounidenses apelaron a la frase ‘destino manifiesto’ para racionalizar las exigencias imperialistas de que su país aprovechara la oportunidad proporcionada por el conflicto y conquistara y retuviera buena parte de México o el país entero. Hasta O'Sullivan, que había acentuado la naturaleza pacífica del destino manifiesto, aducía que Estados Unidos se merecía una indemnización como California de parte de México. Muchos partidarios del destino manifiesto durante la guerra compartieron la ideología de que Estados Unidos tenía la misión de regenerar México llevando el progreso y el protestantismo hacia el sur: las tropas estadounidenses liberarían lo que se describía como la ignorante población mexicana del control de los despóticos gobernantes y los sacerdotes católicos. En respuesta a los argumentos racistas en contra de la absorción de los mexicanos en la Unión, algunos expansionistas del tiempo de la guerra, usando una forma primitiva de la lógica darwiniana, respondieron que a través de las habilidades de la raza superior u otros medios, los estadounidenses de origen anglosajón gradualmente desplazarían a los mexicanos y que no había nada que temer de la expansión hacia el sur. Después de la guerra entre Estados Unidos y México, los expansionistas estadounidenses ampliaron el alcance del destino manifiesto aplicando el eslogan a cada vez más áreas que estaban más allá del continente como Cuba, Hawaii y Sudamérica. El término se siguió usando hasta fines del siglo xix.