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Los Consecuencias

Una pregunta hipotética:
¿Fue necesaria la guerra entre Estados Unidos y México?

Por David M. Pletcher
Universidad de Indiana

Foto de los soldados de ESTADOS UNIDOS Mientras que se daba la guerra entre Estados Unidos y México, y durante algún tiempo después, los estadounidenses discutían acaloradamente su moralidad. En su mensaje bélico el presidente Polk defendía decidido sus acciones. Un gobierno ilegal y antidemocrático en México, dijo, se había negado a negociar con Estados Unidos los desacuerdos apremiantes sobre deudas, demandas y fronteras. Entonces México había invadido Texas, una parte de Estados Unidos, y había matado a estadounidenses en suelo estadounidense. El presidente concluyó: "La guerra existe, no obstante todos nuestros esfuerzos por evitarla, existe por la acción del mismo México, cada consideración de deber y patriotismo nos exigen reivindicar con decisión el honor, los derechos e intereses de nuestro país".

Durante y después de la lucha, muchos estadounidenses aceptaron esta interpretación de la guerra; muy pocos lo harían ahora. Si hoy se les preguntara sobre la moralidad de la guerra, la mayoría probablemente admitiría ignorancia o, de otro modo, evitaría responder. Si se les presentara la evidencia, admitirían contra su voluntad que su lado tuvo una causa débil para la lucha. Sin embargo, dicho más burdamente, ésta fue una guerra de agresión. Algunos estadounidenses expansionistas, incluido el presidente Polk, querían territorio mexicano, principalmente California, y pensaron que podían tomarlo por la fuerza, aunque no tenían idea de cuánta fuerza iba a requerirse. Acallaron sus escrúpulos con una racionalización conveniente. ¿Pero fue necesario pelear por el territorio deseado? Desde su independencia, Estados Unidos había desarrollado un procedimiento eficaz y flexible para adquirir gradualmente territorio con un riesgo mínimo. Este procedimiento era para reforzar su muy alabado "progreso irresistible" con presión diplomática o económica, o acaso con amenazas veladas para explotar totalmente la desunión entre las potencias europeas y su escaso interés en América del Norte. En cada caso, la presión del estadounidense por la migración hacia el occidente había sido una fuerza real o potencial en apoyo de las acciones gubernamentales. Pero para 1845 la migración estadounidense hacia California había preparado esa provincia para su incorporación a la Unión Americana y la rebelión de la Bandera del Oso, torpe y mal manejada como fue, mostró lo cercana que esa provincia estaba de la revolución y la independencia.

¿Por qué no usar este procedimiento gradualista demostrado por el tiempo en California y el Suroeste? Había obstáculos. Uno fueron las diferencias lingüísticas, religiosas y culturales entre los emigrantes estadounidenses burdos y los rancheros californianos, conservadores y establecidos. Otro fue la posibilidad de que los indios lucharan contra las fieras tribus del Suroeste. A juzgar por el diario y las cartas de Polk, los obstáculos que lo impresionaron más fueron la terquedad del gobierno mexicano y el deseo de Gran Bretaña de añadirse desde California hasta Oregón y controlar así la costa del Pacífico de América del Norte. Una amenaza de guerra o, de ser necesario, un breve conflicto fronterizo podía propiciar que los oficiales corruptos y fraudulentos en la ciudad de México vieran la razón, y una acción rápida hubiera anticipado las maquinaciones británicas.

Fotografía de mapas en una tabla Polk pudo haber pensado con mayor claridad sobre estos obstáculos si hubiese tenido un origen más cosmopolita. Se había criado en Tennessee, lejos de la costa del Atlántico con su orientación hacia Europa. En el valle del bajo Misisipí también había heredado un desdén hacia los españoles y españoles-americanos, a quienes consideraba mentirosos, altivos y aristocráticos. (La esclavitud y el territorio esclavo desempeñaron un papel menor en su manera de pensar sobre asuntos extranjeros.) La idea de Polk sobre la técnica adecuada de negociación fue asumir una posición fuerte, respaldada por una amenaza de fuerza y orillar a su opositor a la sumisión sin ofrecer ningún compromiso. Pero precisamente ésta fue la forma equivocada de tratar a los mexicanos susceptibles a su sentimiento de "la muerte antes que el deshonor". Más tarde, después de la toma de la ciudad de México, fue la persuasión diplomática, apoyada grandemente por la influencia británica, la que puso fin a la guerra. En cuanto a los británicos, ellos también tenían su sentido del honor y éste les prohibía ceder territorio al cual tenían un derecho legal. Como tenían un derecho parcial sobre Oregón pero ninguno sobre California, eventualmente les pareció razonable dividir el anterior y dejar que los mexicanos defendieran el otro. Polk pudo haber considerado también que Londres no había resistido la anexión estadounidense de Texas, en donde sus intereses eran mayores que en California. De todos modos, la mayoría de los británicos estaban más interesados en el comercio estadounidense que en cualquier territorio de América del Norte.

Polk luchó la guerra contra México con un ejército inexperto, lejos de casa, en un terreno no conocido. Arriesgó caer torpemente en un estancamiento como al que Francia se enfrentaría al tratar de imponer a Maximiliano como emperador de México durante la década de 1860. Una alternativa menos riesgosa era la de esperar hasta que los emigrantes estadounidenses hacia California pudieran ocupar esa provincia, crear un estado independiente como el de Texas y eventualmente unirse a la Unión Americana por su propio acuerdo. Solo, México no pudo haberlo prevenido, y los conflictos europeos hubieran impedido que Inglaterra o Francia intervinieran. Las revoluciones liberales de 1848, el año en que terminó la guerra, hubieran sido suficientes para distraer la atención europea por varios años.

Seguramente que la solución gradual al problema territorial estadounidense, si bien menos riesgosa, hubiera sin duda tomado más tiempo de realizarse que con una guerra victoriosa. Polk no era ningún gradualista, sino un hombre impaciente que había prometido servir sólo un término en la presidencia. A la larga, ¿hubiera podido el pueblo estadounidense ser más paciente que él mientras se prolongaba la Cuestión Californiana? Como tantos otros problemas de la historia, en retrospectiva no podemos resolver esta pregunta. Sólo sabemos que una solución gradual hubiera costado menos vidas que un conflicto. Probablemente también hubiera postergado, y tal vez hasta evitado, la Guerra Civil.