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Las zonas fronterizas

Los Tormentos de la Guerra: Las mujeres y los niños en los
años posteriores a la guerra entre Estados Unidos y México

Por Deena J. González
Pomona College

Pintura de civiles en una fortaleza con una bandera americana De acuerdo a cualquier estándar o medida, María Gertrudes Barceló hubiera sido considerada un éxito. En 1844, compareció ante el juez Tomás Ortiz para registrar la propiedad de una casa de nueve cuartos, además de otra más pequeña compuesta de arcos y una entrada. La casa no estaba lejos de la plaza central de Santa Fe. El registro de propiedad legal no era una costumbre inusual, ni siquiera para hombres o mujeres pobres. De acuerdo a las leyes españolas que databan desde el siglo xiv, las mujeres tenían permitido ser dueñas y retener propiedades y dotes con su nombre de familia. Éstas mismas prácticas permitía que las mujeres retuvieran su apellido de familia al casarse. La acción de Barceló parece inusual sólo en el contexto de que a mediados de la década de 1840 se tramitaban más que nunca documentos como el de ella. ¿Qué estaba pasando?

Conforme fueron llegando más mercaderes y comerciantes de Estados Unidos, algunos con derechos legales de entrar al territorio norte de México -- en este caso Santa Fe -- por parte de los gobiernos de Estados Unidos y de México, comenzó a cambiar el clima económico del lugar. También llegaron a Santa Fe inmigrantes ilegales de Estados Unidos que se beneficiaron con la necesidad de bienes manufacturados. Algunas veces se han visto como un desarrollo positivo en la vida fronteriza sus caravanas desde Missouri hasta la ciudad de Chihuahua. Sin embargo, el camino, la marca que crearon de Missouri a Chihuahua, decididamente tuvo un impacto negativo en las mujeres y los niños que no eran como doña Gertrudes Barceló, propietarios de grandes casas o de cantinas de juego.

En agosto de 1846, acompañaron a Stephen Watts Kearney varios cientos de tropas hasta Santa Fe. Éste bajó la bandera mexicana y desplegó la de las "estrellas y las franjas", declarándole al pueblo (entonces la colonización mexicana más grande al oeste del Mississippí): "Hemos venido a mejorar su condición". Ciertamente los soldados mejoraron la vida de empresarios como Barceló. Conocida como "La Tules", ella se beneficiaba cada vez que los soldados solitarios entraban a su establecimiento; jugaban y bebían toda la noche después de pasar el día en la construcción de un fuerte en la colina que dominaba Santa Fe. En las afueras de la ciudad, varios combatientes de la resistencia tramaban para derrocar a los odiados euroamericanos, pero cada escaramuza terminaba mal y ningún esfuerzo unificado contra los soldados, sus armas, suministros y vales de gobierno demostraron tener éxito.

Los hombres que llegaban a Santa Fe criticando el lugar, diciendo que sus edificios estaban "en ruinas", "sucios" y "con fango", salían de la cantina de apuestas de Barceló sintiéndose mejor con su estación. Como los comerciantes que les precedieron durante los años 1820 y 1840, estos hombres decían de las mujeres mexicoespañolas que eran "trabajadoras", "esclavas de la tiranía de sus maridos", y "feas y sin valores morales". Tal vez las actitudes se disipaban un poco en la cantina. Con una o dos excepciones, los comerciantes y los soldados escribían a su casa lamentando su suerte de estar metidos en el oeste en un lugar que les ofrecía tan poquito a cambio. Hasta James Josiah Webb, con 20 años de experiencia en el comercio en Santa Fe, se lamentaba que "los Pinos y los Ortices son considerados ‘ricos’ y los líderes más respetables en la sociedad y de influencia política, pero la ociosidad, la jugada, y los indios han hecho merma en su influencia de la que ya queda muy poco excepto la reputación de una ascendencia honorable". Su comentario combinaba "la indiada", "las jugadas" y las dificultades; y esas palabras se convirtieron en adjetivos que estos extranjeros usarían una y otra vez para describir a los neomexicanos y, en efecto, a todos los mexicanos.

Los 250 recuentos de viajes, diarios, biografías y artículos escritos al sur y al este de los Estados Unidos, se enfocaban en los atributos culturales de la raza "pobre" y "oprimida". Muy pocos podían o querrían descifrar si la gente mexicoespañola era "mestiza"; es decir, una raza mixta (la mayoría lo era), mexicanos o hispanos. El color y la clase importaban mucho en esta frontera, así como el género. Las mujeres mexicoespañolas y las indias comenzaron a trabajar para el ejército conquistador, como lo habían hecho para los mercaderes en décadas anteriores. Sus sueldos se listarían por separado en el censo, una lista para "americanas", otra para "mexicanas". Por el mismo trabajo o empleo, a las "mexicanas" se les pagaba consistentemente menos. La inflación empeoró en las décadas después de la guerra, se publicaron reportes acerca de la forma en que la gente pobre invadía la anteriormente capital de Santa Fe. Se hicieron comunes los limosneros y una manera de evitar la penuria total era tener dos o tres empleos. En el primer censo oficial de Estados Unidos para esa ciudad en 1850, más de tres cuartos de las mujeres "mexicanas" habían sido clasificadas con empleos de "lavanderas", "costureras" y/o "sirvientas". El tamaño promedio de un hogar creció más y como todos los residentes mexicoespañoles del norte de México, el 90 por ciento perdió sus tierras o propiedades tras los primeros diez años de que se firmara el Tratado de Guadalupe Hidalgo.

Para estas mujeres y sus ancestros hoy en día -- tanto mexicoespañoles como indios nativos --, la llegada del ejército que terminó la guerra transmite un legado amargo. Primero, no emigraron a Estados Unidos; éste vino a ellos. Segundo, la mayoría de la gente ordinaria de la clase trabajadora no había hecho una invitación para la toma o la conquista. Tercero, la mayoría no pudo imaginar el método usado para segregarlos económica o físicamente, en trabajos asalariados o en estafas de tierra. Los gestos del gobierno de Estados Unidos son dolorosamente obvios en los documentos de la época: El censo colocaba a los estadounidenses en una columna, a los mexicanos en otra. Los indios, muchos de ellos con apellidos españoles, eran casi invisibles y, sin embargo, los indios "pueblo" rodeaban la ciudad de Santa Fe y muchos trabajaban también por un salario. Así, Nuevo México no sería considerado digno de ser visto como estado hasta 64 años después, en 1912. Éste y otros hechos ponen de manifiesto lo que los estadounidenses en realidad tenían en mente cuando conquistaron el norte de México y reclamaron la tierra, pero no la gente.

Hoy, muchos herederos de esta tradición de toma de la tierra se han reconciliado con el legado de la guerra o la invasión militar de tierras y propiedades. Pocos se han preocupado por investigar cómo los pueblos nativos o los mexicoespañoles se sentían entonces, y hoy la historia se cuenta como para explicar las decisiones distantes de oficiales ya fuera en la ciudad de México o en Washington, D.C. La zona fronteriza, el espacio entre dos países, nos cuenta una historia diferente. Como observa en sus apuntes la fronteriza Gloria Anzaldúa, éste es un lugar donde Estados Unidos y México "se friccionan uno contra el otro". Mucha de la gente de los territorios fronterizos hasta hablan de cómo fueron "vendidos" a los Estados Unidos o a abogados o capitalistas de ese país. Mi propósito al describir las actitudes de estadounidenses occidentales y de los primeros residentes no es la de apuntar culpas en los soldados o generales alistados, sino de examinar desde una perspectiva histórica tanto las implicaciones como el legado de la guerra. Nos guste o no, vivimos con ambos.