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Fuentes directas

John L. O’Sullivan sobre el Destino Manifiesto, 1839
Como el pueblo de la nación americana deriva su origen de muchas otras naciones, y la Declaración de la Independencia Nacional se basa totalmente en el gran principio de igualdad entre los hombres; estos hechos ponen de manifiesto en seguida nuestra posición de desvinculación con cualquier otra nación; que tenemos, en realidad, muy pocos nexos con la historia del pasado de cualquiera de ellas y aún menos con la antigüedad en su conjunto, sus glorias o sus crímenes. Por el contrario, nuestro nacimiento como nación fue el comienzo de una nueva historia, la formación y el progreso de un sistema político nunca antes probado, que nos separa del pasado y nos conecta únicamente con el futuro, y hasta ahora, en cuanto a la evolución de los derechos naturales del hombre, en la vida moral, política y nacional, podemos suponer con confianza que nuestro país está destinado a ser una gran nación en el futuro. 

Está pues predeterminada, debido a que el principio según el cual una nación se organiza determina su destino, y el principio de la igualdad es perfecto, es universal. Preside en todas las operaciones del mundo material, asimismo, es la ley deliberada del alma —los dictados manifiestos de la moralidad, la cual define con precisión la obligación que tiene el hombre del hombre y, en consecuencia, los derechos del hombre como hombre. Además, los anales verídicos de cualquier nación ofrecen testimonios abundantes de que su felicidad, su grandeza, su duración siempre fueron proporcionales a la igualdad democrática de su sistema de gobierno... 

¿Qué amigo de la libertad, de la civilización y del refinamiento humano puede emitir su opinión sobre la historia del pasado de las monarquías y las aristocracias de la antigüedad y no deplorar el hecho que de por siempre hayan existido? ¿Qué filántropo puede contemplar la opresión, la crueldad y la injusticia inflingida por él mismo sobre las masas humanas y no apartarse horrorizado moralmente de la visión retrospectiva? 

América está destinada a realizar actos mejores. Es gracias a nuestra gloria sin paralelo que no tenemos reminiscencias de los campos de batalla, pero sí en defensa de la humanidad, de los oprimidos de todas las naciones, de los derechos de la conciencia, de los derechos de la emancipación. Nuestros anales no describen escena alguna de matanzas hórridas, en donde los hombres hayan sido embaucados por cientos de miles para matarse unos a otros, víctimas ingenuas de emperadores, reyes, nobles, demonios revestidos de la forma humana llamados héroes. Nosotros hemos tenido patriotas para defender nuestros hogares, nuestras libertades, pero no aspirantes a coronas o a tronos; tampoco nunca ha sufrido el pueblo americano en carne propia la seducción de la ambición malvada de despoblar la tierra, de esparcir la desolación a todo lo largo y lo ancho, para que un ser humano pueda llegar a ocupar el escaño de la supremacía. 

No tenemos ningún interés en las escenas de la antigüedad, mas que sólo como lecciones cuyos ejemplos hay que eludir casi en su totalidad. El futuro expansivo es nuestro campo de batalla y el de nuestra historia. Estamos entrando a su espacio inexplorado, con las verdades de Dios en nuestras mentes, con fines caritativos en nuestros corazones y con una clara consciencia intachable del pasado. Somos la nación del progreso humano, y ¿quién, qué, puede fijar los límites a nuestra marcha hacia adelante? La Providencia está con nosotros y ningún poder humano puede hacerlo. Apuntamos a la verdad eterna escrita en la primera página de nuestra Declaración Nacional y proclamamos a los millones de seres de otras tierras que “las puertas del infierno” —el poder de la aristocracia y de la monarquía— “no prevalecerán en su contra”. 

El gran alcance del futuro ilimitado será la era de la grandeza de América. En este magnífico dominio en el espacio y en el tiempo, la nación de muchas naciones está destinada a manifestar a la humanidad la excelencia de los principios divinos; a establecer en la tierra el templo de mayor nobleza que jamás se haya dedicado a la alabanza del Ser Supremo —lo Sagrado y la Verdad. Su suelo será un hemisferio —su cúpula, el firmamento de los cielos incrustado de estrellas, y su congregación, una Unión de muchas Repúblicas, que comprende a centenares de millones de seres felices, clamando a voces, sin poseer ningún amo humano, pero gobernados por las leyes naturales y morales divinas de la igualdad y de la fraternidad —aquéllas de la “paz y la buena voluntad entre los hombres”.  ... 

Sí, nosotros somos la nación del progreso, de la libertad individual, de la emancipación universal. La igualdad de derechos es la Cynosura, Estrella Polar guía de nuestra unión de Estados, el gran ejemplar de la igualdad correlativa entre los individuos; y si bien la verdad emite su refulgencia, nosotros no podemos retroceder sin disolver la una y subvertir la otra. Debemos avanzar hacia adelante rumbo al cumplimiento de nuestra misión —hacia el pleno desarrollo del principio de nuestra organización— la libertad de consciencia, la libertad del individuo, la libertad del comercio y de la consecución de los negocios, universalidad de la libertad y de la igualdad. Este es nuestro destino supremo y, en el eterno e inevitable decreto de la causa y efecto de la naturaleza, debemos cumplirlo. Todo esto será nuestra historia futura, establecer en la tierra la dignidad moral y la salvación del hombre —la inmutable verdad y la beneficencia de Dios. Para esta bendita misión encomendada a las naciones del mundo, que se encuentran aisladas de la luz de la verdad dadora de vida, ha sido elegida América; y su supremo ejemplo percutirá con gran fuerza hasta la muerte de la tiranía de reyes, jerarquías y oligarquías, y llevará la buena nueva de la paz y la buena voluntad a lugares donde miríadas de seres soportan actualmente una existencia escasamente más envidiable que la de las bestias del campo. ¿Quién, entonces, puede dudar que nuestro país está destinado a ser una gran nación en el futuro? 

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